jueves, 8 de agosto de 2013


FAVOR CON FAVOR SE PAGA


 
A lo lejos un gallo afónico le indicó que pronto amanecería.  Hacía más de una hora que estaba despierto y harto de dar vueltas en su cama Alberto se levantó. Mientras se vestía contempló a su esposa Lidia que dormía plácidamente.  Tenía rostro de niña y con sus cortos dieciocho años había mostrado tener la madurez suficiente para sugerirle a Alberto que también ella podría arrimar unos pesitos a la economía familiar.  Economía familiar, pensó abrumado.  Seis meses habían pasado y todavía no alcanzaba a comprender cómo había llegado a tener esposa, un hijo a punto de nacer y a hablar durante la cena sobre la economía familiar.
 
Tenia apenas veinte años y en un abrir y cerrar de ojos la vida le había cambiado drásticamente.  En un primer momento cuando Lidia le habló del embarazo, Alberto pensó que desentenderse de la cuestión era la mejor solución.  Lo malo era que Lidia venía de una acérrima familia religiosa y antes que Alberto pudiera pensar cómo desembarazarse del asunto, se encontró parado frente al altar.  Fueron a vivir entonces a una pequeña vivienda que la madre de Lidia tenían patio por medio con su casa.  De ese modo la vieja, una viuda gorda y amargada, tenía absoluto control sobre los movimientos de la joven pareja; en especial sobre Alberto.
Pero esa mañana, tal vez la primera desde que se habían casado, su malestar no estaba relacionado con su despreciable suegra.  Esa mañana su preocupaciones estaban centradas en el inesperado encuentro que había tenido la noche anterior con un viejo compañero de escuela.  Su nombre era Pedro Noriega pero casi nadie lo llamaba por ese nombre. Todos lo conocían como el Lechu, apodo que había adquirido por sus ojos saltones y su predisposición a la noche. Hacía mucho que Alberto no veía al Lechu pero había escuchado gran cantidad de rumores sobre su paradero.  Muchos insistían que estaba guardado en Devoto por un asesinato, mientras que otros repetían con vehemencia que el Lechu había partido hacia nuevos y más ambiciosos horizontes.  Alberto no sabía cual era la verdad, es más, nunca le importó descubrirla. 

La tarde anterior, poco antes que anocheciera, Alberto había salido con el viejo auto de su suegra a hacer un mandado.  De regreso a su casa se vio obligado a pasar no muy lejos de una fábrica abandonada, donde se decía que los maleantes de la zona se reunían. Era una noche fría y cerrada, por lo cual le llamó la atención una sospechosa silueta que fumaba en una esquina bajo la tenue luz de una lámpara.  En cuanto Alberto advirtió de quien se trataba intentó pasar sin ser visto y de no haber sido por un gato negro que se cruzó en su camino lo hubiese conseguido. 

 Albertito querido, - le gritó el Lechu al escuchar la abrupta frenada.  Tiró el cigarrillo y en tres zancadas estaba junto al automóvil.  - Tantos años sin verte viejo, - agregó al abrir la puerta y sin esperar invitación se ubicó en el asiento del acompañante.

 Lo mismo digo Lechu, - retribuyó Alberto entre incómodo y sorprendido.

 Realmente es una suerte que te haya encontrado, que frío hace,  - siguió diciendo. – Tengo que llegar a un lugar y estoy demorado.

 ¿Necesitas que te acerque? - preguntó Alberto sin saber cómo eludir la pregunta.

 Ya que lo mencionás, voy hasta acá nomás.

Auque no le causaba mucha gracia que lo vieran en compañía del Lechu, Alberto no se atrevió a negarse.  En el más absoluto de los silencios puso en marcha el automóvil y dobló en la segunda esquina tal como el Lechu le indicó.
Cada cuadra parecía tener un recuerdo de largas noches de parranda con los amigos del barrio y Lechu los rememoraba con entusiasmo.  Si bien Alberto no se fiaba de su viejo camarada, los recuerdos y la nostalgia de aquellos años lograron relajarlo.  Cuanto hacía que no se divertía como en aquellas épocas, pensó advirtiendo lo mucho que añoraba su soltería. Casi sin darse cuenta, se encontró sonriendo y hasta intercambiando comentarios con el Lechu. 

Tal vez fue por ello que se sintió lo suficientemente cómodo como para mencionarle su abrupto casamiento con Lidia y su futura paternidad. Luego de una no tan prolongada pausa, Alberto le confesó lo terrible que la vida conyugal había resultado gracias a la insufrible madre de Lidia.    Las palabras brotaban ácidas y descontroladas de su boca y en su voz comenzó a filtrarse todo el desprecio, el odio y el deseo de revancha que esa mujer despertaba en él. Nunca antes lo había advertido de ese modo, pero a esas alturas no tenía dudas que la vieja era la culpable de toda su desgracia.

  Ahí en el descampado me bajo, - le dijo el Lechu interrumpiendo el descontrolado monólogo de Alberto. - Menuda suegra te echaste viejo, - agregó con tono burlón al palmearle  el hombro con complicidad.

   Si, y cuando se entere que perdí el laburo estoy frito, - agregó Alberto con rabia. – Me tiene harto, la detesto.

Detuvo el auto donde Lechu le indicó y sumergido en sus propios pensamientos aguardó que este descendiera.

  Parece que si esa vieja no existiera todos tus problemas se solucionarían, - comentó el Lechu casi divertido.  Alberto le dedicó una mueca pero no sumó comentarios. – Gracias por traerme. Te debo una viejito.

No me debes nada Lechu.

 Favor con favor se paga, -  agregó el Lechu con voz  áspera y le guiñó un ojo cargado de complicidad. –  Ya sabrás de mí.

Las palabras del Lechu lo tomaron por asalto y una alarma sonó en el punto más remoto de su mente.  En cuanto la puerta del acompañante se cerró, Alberto puso en marcha el auto y se alejó rápidamente de aquel siniestro lugar.  El corazón le latía desaforadamente y no podía dejar de pensar que acababa de hacer un pacto con el mismísimo diablo.

Los débiles rayos del sol de agosto empezaban a teñir el patio cuando llegó a la cocina. No se molestó en encender la luz por miedo a que su suegra apareciera para darle charla. Era demasiado temprano para escuchar esa voz chillona y penetrante que siempre se las arreglaba para insinuarle lo inútil que era.   Sin siquiera fijarse si había movimientos del otro lado del patio comenzó a preparar su mate.

Apagó el fuego antes que el agua hirviera y cebó el primer mate sin dejar de pensar en el Lechu.  Con cada segundo que pasaba más se convencía que había hablado demasiado sobre su vida y sus problemas.  Lo perturbaba que el Lechu le debiera un favor, porque sabía que era capaz de cualquier cosa.  Por otra parte qué favor podría hacerle un delincuente como el Lechu a él que llevaba una vida insignificante y aburrida.  Entonces la respuesta llegó al encenderse una luz del otro lado del patio.  La idea que brotó en su mente en un primer momento lo aterró pero lentamente ese terror fue reemplazado por una maliciosa sonrisa. Sí tan sólo el Lechu... 

Dejó la casa mucho antes que Lidia despertara.   Durante las siguientes horas deambulo por el barrio convenciéndose que ese era el único favor que Lechu podría hacerle. Pero era demasiado arriesgado pues eso lo dejaba a él, Alberto Ramos, como cómplice de asesinato, o tal vez no. Necesitaba serenarse y meditar fríamente sobre la conversación que habían mantenido con el Lechu.  No recordaba haber mencionado que deseaba desembarazarse de su suegra.  No lo recordaba porque en ningún momento había sugerido tal cosa.  Por lo cual, no había evidencia de nada en su contra. El destino había querido que se encontrara con el Lechu para llevarlo hasta Ezeiza y que este lo escuchara despotricar contra su suegra.   Fue así como el Lechu, convencido de deberle algo a Alberto tomó la decisión de matar a la vieja.  Eso había sido todo y él no creía tener responsabilidad en el asunto.

Durante los siguientes días Alberto se sintió de excelente humor.  La vida volvía a ser la de antes.  Por la mañana despertaba sonriente y hasta disfrutaba al compartir un par de mates con su suegra.  En más de una ocasión, entre mate y mate,  se encontró fantaseando con el modo en que Lechu la asesinaría.  El hecho lo entusiasmaba y le llenaba el cuerpo de ansiedad.  Eran tantas las posibilidades que resultaba difícil adivinar. Qué mas da pensaba restándole importancia al método, el resultado es el mismo y eso era lo único que le importaba. Por las noches dormía sin problemas y hasta llegó a soñar que una vez muerta la vieja, Lidia y él vendían la casa grande y se marchaban de aquel barrio con los bolsillos llenos de dinero. Antes de lo esperado, su nombre y su dignidad serían vengados. Sólo era cuestión de aguardar a que el Lechu apareciera.

Todas las tardes salía a dar vueltas por la zona de la fábrica en busca del Lechu.  Pero no había ni rastros de él y Alberto empezaba a impacientarse.  Hasta que finalmente una noche al regresar a su casa, divisó una figura fumando en la oscuridad.  Sonrió sabiendo que se trataba del Lechu y no pudo evitar pensar que el favor había sido pagado.  Casi excitado por la sensación de victoria estacionó el automóvil y se apuró a bajar. 

-  Viniste, Lechu, - fue lo único que alcanzó decir.

- Hola viejo, como te dije hace una semana, favor con favor se paga, - le dijo el Lechu con tranquilidad. Hizo una pausa y tiró su cigarrillo antes de continuar. - Un amigo que acaba de abrir una remisería en Ezeiza necesita gente de confianza.  Le hablé de vos y quiere que empieces a trabajar mañana mismo.

-  Ah... ese es el favor, - repuso Alberto sin poder contener la desilusión que se reflejó en su rostro.

- Claro hombre, ¿qué pensabas?... que iba a matar a tu suegra, - respondió el Lechu divertido y dejó escapar una sonora carcajada. – Las cosas que se te ocurren Albertito.

BUENOS AIRES, REINA DEL PLATA

Buenos Aires, Reina del Plata que no supo mantener la belleza de sus jóvenes años.  Mujer orgullosa que se esmera en mostrar una personalidad que nunca logró conformar.  Perdida en su propia vorágine, busca insistentemente su identidad que se torna esquiva y difusa entre la mezcla incoherente de los más diversos personajes que la componen.

Reina del Plata; cuna de desamparados; madre adoptiva que supo abrigar en sus cálidos brazos a todo aquel que deseara descansar en su seno. La pasión de mil pueblos fluye por sus arterias volviendo incontenibles y convulsionados los no tan buenos aires. En sus barrios se confunden viejos y nuevos habitantes que agregan nuevos matices y condimentos a la desorientada cultura de la ciudad.  Burlándose del tiempo juegan en sus calles el pequeño Madrid, que mora a lo largo de la regia Avenida de Mayo o el ostentoso Paris, con domicilio en la paqueta Recoleta.  Pero la soñadora Italia no se mezcla con ellos y encontró cobijo en las inmediaciones del Riachuelo, donde los olores convergen con el paisaje recordándole a cada instante su origen.

Entre calles adoquinadas, conventillos y palacetes, sus escondrijos murmuran melancólicas historias de épocas mejores, mientras un nostálgico tango sobrevuela la ciudad.

Buenos Aires, miscelánea que se confunde, tierra de nadie y de incongruencia.  Un enorme café concert donde el hambre es bandera política; la pobreza baila con el desinterés, el miedo bloquea el monologo educativo y el desorden se ríe a carcajada contando sus logros al final del día.
 
Buenos Aires, una tibia muestra de un país al que no alcanza representar; reflejo del alma de un país reticente que se niega a despojarse de su adolescencia para enfrentar con responsabilidad el largo y dificultoso camino que conduce a la madurez.


CUENTAME UN CUENTO QUE ME AYUDE A DORMIR

El punzante dolor que nacía de su pecho se tornaba cada vez más intenso.  Ángela respiró hondo y cerró sus ojos soportándolo con resignación.  Ya pasaría, siempre era igual.  Tardó unos segundos en recuperarse y supo que no podía postergar la despedida.   

En el cuarto contiguo sus hijos discutían sobre el inminente traslado a Buenos Aires, empecinados en someterla a esa cruenta operación. Es por tu bien mamá, le decían con vehemencia y se enojaban ante su negativa recriminándole su falta de cooperación.  Qué entendían ellos, pensó Ángela con cierta tristeza. A sus ochenta años de edad, ningún médico, por más ilustrado que fuera, le diría cómo y cuándo emprendería su viaje hacia el más allá.  Que ilusos creen que encerrándome en una impersonal habitación de esas frías y costosas clínicas privadas me ayudarían. No entendían nada, era una pena que no se dieran cuenta que lo que ella necesitaba era sentir el sol en sus mejillas, absorber el aroma silvestre que nutría su alma; y el mar… siempre el mar.

Estaba resuelta; no se entregaría. Con suma dificultad se puso de pie y sigilosamente se dirigió a la puerta de salida.  Se detuvo un segundo al escuchar a sus hijos y nueras intercambiando opiniones acaloradamente.  Sacudió su cabeza preguntándose porque les costaba tanto comprender y dejó la casa.

Era una hermosa tarde de octubre. El sol brillaba en lo alto y una brisa fresca y reparadora regaba los alrededores de una fragancia salina y agreste.  Ángela sonrió sintiéndose mucho mejor.

Paso a paso, sin apuro, emprendió el camino hacia el mar.  Le tomó más de la cuenta recorrer los trescientos metros que separaban su pequeña casa de los acantilados. Al llegar a la cima se detuvo un segundo para descansar.  Desde allí lo contempló emocionada, había temido tanto no poder despedirse.  Para ella todo en él era misterio, inmensidad, lejanía.  Lo entendía vencedor del tiempo y poseedor de secretos milenarios que jamás revelaría.  Entre sus crestas intuía que cargaba con la inmortalidad de su esencia y una soledad tan profunda que ni los sueños eternos de toda la humanidad alcanzaba mitigar. 

A su derecha se encontraba la senda que conducía  a la playa.  Se acercó y tomándose de un improvisado pasamano, fue descendiendo uno a uno los peldaños.  Cuando por fin sus pies tocaron la arena, se sentía exhausta.  Con los últimos restos de fuerza que le quedaban se acercó a las rocas que descansaban al pie del acantilado.  Por primera vez las lágrimas asomaron en sus ojos.  Como si él lo intuyera, se presentó de traje verde azulado apenas ribeteado por finos hilos plateados que titilaban intermitentemente, saludándola.  Se mostraba sereno, apacible, envuelto en un manto de melancolía que logró doblegar toda su bravura. 

Ángela respiró lo más hondo que pudo y se recostó contra la roca entregándose a su magnetismo.    Agradeció en silencio que la brisa fresca le acariciara el rostro y trató de retener en sus débiles pulmones todo su perfume.  Cerró sus ojos para no volver a abrirlos. Estaba cansada, demasiado cansada.
 
-          Cuéntame un cuento que me ayude a dormir, - susurró.

Un murmullo rítmico y parejo se apoderó de sus oídos trayéndole historias de corsarios y piratas; de doncellas que le encomendaban su amor; de barcos fantasmas que vagaban en busca el descanso eterno. Transportada, se sintió inmersa en los vaivenes del tiempo.  Entonces lo soñó de un blanco resplandeciente y se vio caminando sobre su oleaje.  Bajo sus pies un rugido embravecido le absorbió hasta el último destello de temor.  Sus infinitos brazos la acunaron y ella se dejó llevar, se dejó guiar.  Su balsa transitaba serena.  Sonrió complacida al ver que estaba pronta a llegar a la otra orilla.


Soy María Laura Gambero, nací en la ciudad de Quilmes, provincia de Buenos Aires en abril de 1970.  Soy licenciada en Relaciones Públicas y me especialicé en Protocolo.
Desde pequeña me cautivaron los relatos y las narraciones más diversas. Soñadora e idealista, fue la novela romántica la que me alentó a volcar mi esencia en breves relatos basados en experiencias personales. Ese fue el comienzo, y llegó el momento en el que escribir se convirtió en mucho más que un pasatiempo.
Por años participé de distintos Talleres Literarios los que me brindaron las herramientas necesarias para crecer, para nutrirme de otras opiniones. En el año 2003 obtuve una mención de honor por el cuento “Cuando vuelvas por mí” e integré la 8° Antología de Narradores Urbanos y Suburbanos 2003 de Ediciones Baobab. Dos años más tarde, junto a un grupo de escritores, publiqué “Imperfectas Soledades” -de la misma Editorial -, con cinco nuevos relatos de mi autoría. Ya en el 2008 me animé a la poesía, y publiqué el poema “Donde el corazón te lleve” dedicado a mis hijos, en la revista Voces Maristas.
“El instante en que te vi” es mi primera novela concluida.  Empujada por ver mi sueño hecho realidad, autopubliqué y hoy día se puede adquirir AmazonShow more en los formatos papel y digital.
Aqui les dejo los primeros 4 capítulos de El Instante en que te vi


CAPITULO 1

Bleau era una de las más prestigiosas empresas de banquetes y servicios gastronómicos del mercado local.  Pertenecía a Francis Le Bleaux, un reconocido gourmet francés que hacía más de veinte años que residía en Buenos Aires, donde había alcanzado fama y notoriedad.  Pero definitivamente Lara Galantes, su joven discípula  se había convertido a lo largo de los años en el alma mater de la empresa; en su imagen y su motorcito conductor. 
Lara Galantes, contaba tan solo con 21 años cuando pasó a formar parte del plantel de colaboradores de Francis Le Bleaux.  Ingresó a la empresa como secretaria personal del francés, pero no pensaba estancarse en ese puesto; era mucho más que eso lo que podía aportar a la empresa, teniendo en cuenta que pronto concluía sus estudios en Administración de Empresa.
Ansiosa por desarrollarse profesionalmente, pasaba más horas de las acordadas en la empresa.  Ávida por acaparar conocimientos, absorbía todo cuanto escuchaba y veía,  y aprendía a pasos agigantados.  No tardó mucho tiempo en advertir que la falta de estructura, sumado a la desorganización general de la empresa les,    impedía crecer y obtener un mejor posicionamiento en el mercado. 
Por aquel entonces, Le Bleaux se ocupaba solo de aquellas solicitudes gastronómicas que le agradaban y que él podía atender. Lo demás lo desestimaba aduciendo falta de tiempo y estructura.  Esto no puede ser, se decía Lara contrariada cada vez que debía rechazar un pedido de presupuesto.
Cuanto más tiempo pasaba inmersa en las actividades de la empresa, Lara más se convencía de que Bleu necesitaba urgente un ajuste, un ordenamiento.  Encontró la oportunidad de acercarle su comentario a su jefe, una mañana cuando luego de ponerlo al tanto de los llamados que había recibido, Francis le preguntó cómo se sentía en su trabajo.   No sin dudas y hasta con algo de temor por lo que su jefe podía pensar de ella, Lara le planteó sus inquietudes.
Francis la escuchó con atención, escondiendo su sorpresa y su admiración.   La había contratado porque le había caído bien durante la entrevista, y lo había embargado el deseo de ayudarla, cuando ella mencionó que sus padres habían muerto cinco años atrás en un accidente automovilístico. 
Mientras analizaba su rostro, aniñado, de facciones delicadas y armónicas, la dejó hablar de cómo creía ella que debían organizarse y de qué modo esa reestructuración los beneficiaría. 
Cuando Lara concluyó su explicación, Francis se mantuvo unos segundos en silencio observándola con mayor determinación.  Reparó en el castaño de sus ojos, que por la excitación, se habían tornado brillantes y luminosos; había inteligencia en esa mirada.  Francis lo notó como también notó la férrea determinación que la impulsaba y la definida visión de futuro que la chica tenía.   Finalmente asintió y luego de agradecerle con una sonrisa, le prometió que lo pensaría.
Tres meses debieron pasar hasta que una mañana Le Bleaux convocó a todos a una reunión general.   Desde un rincón, Lara observaba a los presentes preguntarse de qué podría tratarse la convocatoria.   Orgullosa bajó la vista, mordiéndose los labios para contener la sonrisa que amenazaba con irrumpir en ellos, al escuchar sus palabras en boca del francés.
Luego de esa reunión, Francis la convocó a su despacho y le informó que a partir de ese día, ella se ocuparía de la recepción de las solicitudes y la distribución de los servicios.  Ella tomó la medida como una suerte de ascenso y asumió la responsabilidad con orgullo y satisfacción. 
A raíz de los cambios y los nuevos lineamientos que Lara fue incorporando, los inconvenientes no tardaron en llegar. A Lara le jugaban en contra sus 21 años de edad; su rostro inocente y su voz suave aunque contundente.  Pero no se amedrentó y mantuvo su firmeza con terca determinación.   
No fue sencillo, en un principio, convencer a los clientes que en adelante debían discutir los servicios con ella y mucho menos lograr que depositaran su confianza en ella.   Similar fue el conflicto que no tardó en surgir con el resto de los empleados, a quienes les costaba confiar en la joven que ahora los dirigía. 
El tire y afloje entre las partes se prolongó varios meses y en ellos Lara se vio obligada a enfrentar situaciones incómodas, ríspidas y desgastantes.  A pesar de ello, se mantuvo en sus trece y lentamente los vientos comenzaron a virar.  Poco a poco, comenzó a notarse el incremento de las solicitudes y gracias al orden que ella   había establecido, nadie pareció afectado.  Las malas caras fueron reemplazadas con sutiles sonrisas de reconocimiento y respeto. Al final todos terminaron aceptando las virtudes y los valores de la muchacha. 
A partir de ese momento el crecimiento y el incremento de trabajo fueron vertiginosos.  Poco a poco Francis le fue delegando más y más responsabilidades alentándola a tomar decisiones basadas en su buen juicio.  Sin que ambos pudieran precisar cómo o cuándo sucedió, Lara se encontró manejando prácticamente la totalidad de los aspectos comerciales y estructurales de la empresa, mientras Francis se abocaba a la elaboración de los banquetes.  Ella simplemente le informaba lo ya hecho. 
Al cabo de dos años de crecimiento constante y parejo, Lara comenzó a vislumbrar una nueva problemática que entorpecía el funcionamiento armónico de Bleu; el espacio físico.  Las instalaciones de Bleu, comenzaban a resultar chicas y si el incremento de la facturación continuaba se convertía indefectiblemente en un factor negativo para el buen desempeño general.  La realidad era que hacía tiempo que este punto la inquietaba; algo le decía que debía considerar con mayor seriedad la necesidad de una mudanza.
Aprovechó la oportunidad para discutir el asunto con Le Bleaux una tarde, mientras lo ponía al corriente de los nuevos eventos que debían atender.  Como siempre, Francis la escuchó con atención, disimulando la admiración que ella le generaba.  Admiración y orgullo, eso era lo que Lara le producía.  Mientras Lara se esforzaba por convencerlo de barajar la necesidad de una mudanza, Francis pensaba en otro asunto. 
-Veremos, - le dijo cuando Lara hizo una pausa. 
La decepción de la muchacha no le pasó inadvertida y lo enterneció lo transparente que podía ser.  Le sonrió con la misma calidez de siempre y estiró su mano hasta alcanzar la de ella.  Hacía un tiempo que lo pensaba y día a día estaba más convencido de hacerlo. Deseaba convertirla en su socia y se lo comunicó sin vueltas.   Le habló de lo mucho que trabajaba y de lo bien que se desenvolvía en su puesto.  
Lara lo escuchaba atónita, emocionada, sacudida.  Se puso de pie y caminó por el despacho tratando de digerir la noticia, pues más allá de su amor y dedicación al trabajo, de momento no se le ocurría que más aportar a la sociedad.
-Dejámelo pensar, - balbuceó todavía sobrecogida.
-No tenés nada que pensar…
-Dejame asimilar la idea…
Fue durante la siguiente semana, mientras terminaba de aceptar la noticia cuando dio con la solución para la mudanza y para sentirse una socia real. 
Finalmente la empresa se instaló en la vieja casona que Lara había heredado de su abuela materna.  Era una casa antigua, alargada, de las llamadas chorizo.  Ubicada en el viejo barrio de Palermo, las nuevas oficinas contarían con dos despachos y una sala de reuniones en la parte delantera; a los fondos ubicarían el laboratorio, tal como a Francis y sus colaboradores les gustaba llamar al lugar donde se elaboraban los banquetes. Con el correr de los meses poco a poco la fueron refaccionando y antes de lo pensado ya estaban asentados.
Con el paso de los años fueron gestándose diferentes modificaciones hasta llegar a la estructura que tanto Lara como Francis pretendían.  Bleu quedó conformada con cinco divisiones o departamentos que atendían las diferentes especialidades que la empresa ofrecía. Lara había logrado que el  funcionamiento interno fuese tan cordial y ameno, que aún en las épocas más abrumadoras de trabajo, sus colaboradores mantenían el buen humor y el ánimo.   Todos y cada uno de los responsables de los departamentos reportaban directamente a ella quien se ocupaba de mantener bien informado a Francis.
Los meses previos a las fiestas de fin de año siempre eran extenuantes.  A partir de ese día en adelante la agenda de Lara estaba tan colmada de actividades que no era difícil deducir que trabajaría los siete días de la semana durante dos largos meses y medio.  El ritmo de trabajo no la agobiaba, en realidad le agradaba y cuanto mayor era la demanda, mayores eran sus ansias de continuar y lograr que Bleu, se  superara una vez más.
Lo primero que Lara hizo al ingresar a su oficina fue servirse una taza de café bien negro y cargado.  Por delante tenía una semana plagada de compromisos de distinta índole.  Todavía algo dormida se ubicó tras su escritorio.  Mientras saboreaba a la humeante bebida, se concentró en la correspondencia que Mónica, su secretaria ya había acomodado en el extremo izquierdo del escritorio.
Su día comenzaría bien temprano esa mañana, pero afortunadamente contaba con algunos minutos para organizarse.
- Buen día, - dijo su secretaria desde el umbral de la puerta.  Ingresó y se acercó al escritorio. – Acaba de llamar Losada, que no va a poder venir, - le informó con celeridad -, dijo que te mandaría las especificaciones por mail.
- Perfecto - respondió Lara enfrentando a Mónica. – Faltan cinco meses para ese evento.  No hay apuro.
- Si lo chequee. Tenemos reservado el salón de La Rural para el 5 de marzo - comentó Mónica mirando sus notas.
- Bien, - respondió.  Bostezó una vez más y se acomodó en su sillón. - ¿Francis llegó?
Dejó un mensaje diciendo que hoy no va a venir por acá, - respondió Mónica con una mueca. – Viste que para él los lunes son algo complicados.
- Para todos Moni, - comentó Lara con una sonrisa.
- ¿Qué tal tu fin de semana? – preguntó la secretaria apurándose a rellenar la taza de Lara. - ¿Cómo la pasaron en la estancia?
Lara le dedicó una mueca de resignación.  Juan Martín, pensó rememorando la discusión de la noche anterior.  Hacía más de cinco años que estaba de novia con Juan Martín Puentes Jaume.  Se habían conocido en la casa de una amiga en común, quien los presentó la noche de su cumpleaños.  Lara en cuanto lo vio se sintió cautivada por su encanto. Era alto de anchos y musculosos  hombros.  Su cabello negro azabache oscurecía sus ojos pardos y una pícara sonrisa infantil le iluminaba el rostro cada vez que la esbozaba.  Más allá de ser un hombre increíblemente apuesto, su gran encanto radicaba en su agradable carácter, y su espontánea simpatía.  La noche que se conocieron Juan Martín la invitó a cenar al día siguiente y ya no volvieron a separarse.  Pero últimamente todo entre ellos era motivo de discusión.  Así como en un principio él se había mostrado orgulloso de los logros que Lara estaba alcanzando en su profesión, con el correr del tiempo la relación comenzó a verse amenazada.
Habían viajado a Neuquén a pasar el fin de semana largo en El Paraíso, la estancia que los Puentes Jaume poseían en el sur argentino. No se trataba de un fin de semana romántico ni de reconciliación ante las sucesivas discusiones que estaban afrontando, fue más bien una reunión familiar organizada por Micaela, la madre de Juan Martín.
La familia completa asistió a la cita.  Juan Martín y Lara arribaron junto a Florencia, la hermana de Juan Martín y su novio Fernando el jueves a última hora.  En la estancia ya se encontraban  los gemelos Andrés y Facundo y sus padres Ernesto y Micaela.  Eran una familia unida y agradable, donde Lara se sentía a gusto y sumamente querida.  En algún punto los malos momentos que atravesaban con Juan Martín, le hacían pensar que de terminada la relación extrañaría todo cuanto compartía con los Puentes Jaume.
En un principio el fin de semana se había presentado ameno y tranquilo, con cabalgatas por los vastos campos; caminatas por los amplios jardines y largas charlas junto al hogar.  Pero como si el hechizo se hubiera deshecho en un abrir y cerrar de ojos, la discusión comenzó abruptamente la tarde del domingo durante el último paseo que dieron por los hermosos jardines. 
- ¿Qué pasó?, - preguntó Mónica interrumpiendo el prolongado silencio de Lara. – ¿Porqué fue la discusión ahora?
- Últimamente se la pasa buscando motivos para discutir, - agregó Lara y en su voz Mónica advirtió lo desgastada que la tenía la situación. – Se la pasa planteándome cosas que no puedo aceptar.
- ¿Qué fue esta vez?
- Quería que me quede con él en la estancia, - respondió Lara con cierto cansancio.
- ¿Entonces?
- Lo de siempre.  Él se quedó y yo me fui, - respondió secamente. – Supongo que volveremos a hablar en dos semanas, cuando él vuelva.
- ¿Qué vas a hacer?
Con una mueca Lara le indicó que no había resuelto ese punto y que no tenía deseos de hacerlo todavía.  El teléfono sonó en el escritorio de Mónica, quien corrió a atender dando por terminada la conversación.  Lara lo agradeció y buscando sacar a Juan Martín de su mente, volcó toda su atención a las actividades agendadas para ese lunes.
El día comenzó lentamente y fue cobrando velocidad a medida que las horas pasaban.  Esa semana se llevarían a cabo tres cenas en distintos puntos de la ciudad y dos eventos internacionales de jornada completa en dos de los más reconocidos hoteles de Buenos Aires.  Los equipos de trabajo hacía tiempo que estaban distribuidos, con lo cual Lara solo debió chequear los detalles de último momento.  Almorzó con directivos de la Cámara de la Construcción, quienes deseaban contratarla para organizar una cena con motivo del aniversario de la entidad en el mes de diciembre.  Más tarde se reunió en sus oficinas con ejecutivos de varias empresas que participarían en la organización de un desfile de caridad en la Estancia Abril.  Ese evento en particular la tenía algo nerviosa. No era algo habitual para ella, pero no se atrevió a negarse a la petición de su amigo Tristán Carrillo quien le había acercado la propuesta.  De todas formas sabía que un evento de tal envergadura  le abriría muchas más puertas. Asumió el riesgo.
Procuraba mantener su agenda lo más organizada posible. La cantidad de cenas o banquetes por semana podían variar pero no alteraban el orden general de la Empresa. Como premisa básica para mantener un orden, Lara se abocaba sólo a un evento por semana, pero siempre tenía que contemplar la posibilidad de conceder excepciones.  Por estos días se hallaba frente a una de sus tan odiadas excepciones.  El desfile le estaba consumiendo mayor tiempo del que deseaba.  No te preocupes Lara, solía decirle Francis, puede que sea un rubro diferente, pero en el fondo no deja de ser lo mismo de siempre; pero ella no estaba segura.  Los organizadores que la habían contratado cambiaban de idea constantemente, modificando detalles mínimos que le demandaban un tiempo del que no disponía. 
Consultó su reloj, solo para comprobar que era tarde y debía estar en el Hilton en menos de media hora.  De un grito llamó a Mónica, quien se apersonó de inmediato.
-Tengo una reunión en el Alvear a última hora, - empezó diciendo mientras guardaba todas sus pertenencias en su maletín y cartera.  -  Necesito que me alcances la carpeta donde están todos los detalles.  Apropósito, decile a Francis que me gustaría reunirme con él ahí.
- Bien, - respondió Mónica. – Tenés que reunirte con Carrillo en su oficina.  Hace un rato llamó para confirmar que ya tiene todos los lineamientos para el desfile.
-Llamalo y preguntale si podemos almorzar mañana, - agregó mientras guardaba algunas carpetas en su maletín. – Decile que me disculpe, que más tarde lo llamo. Manteneme al tanto…
- Bien, - repuso Mónica y una vez más bajó la vista hacia su anotador. - También llamó Eduardo Macero, te están esperando en el Hilton.
Dejó su oficina tan rápido como pudo y paró el primer taxi que pasó frente al edificio. 
Acababa de indicarle al conductor hacia donde se dirigía cuando el celular vibró en su cintura. Lo tomó y frunció el ceño con concentración. Eduardo Macero le comunicaba que ya se encontraba en el lobby del hotel aguardándola.  Bien, se dijo y por un segundo se relajó contra el asiento.   Respiró hondo y desvió su mirada hacia la ventana. Tenía unos minutos para pensar en Juan Martín y los aprovecharía.  No le había contado toda la verdad a Mónica sobre el fin de semana.  Lo cierto era que Juan Martín le había mencionado que en poco tiempo concluiría sus estudios y que ya nada se interpondría entre ellos; finalmente podía planear casarse e instalarse en El Paraíso. Lara había enmudecido al escuchar las palabras de él.  Ella jamás en los años que llevaban juntos había contemplado la posibilidad de vivir  con Juan Martín en un lugar que no fuera Buenos Aires.  Siempre había creído que Juan Martín, al igual que su padre, se ocuparía de la administración de la estancia desde Buenos Aires viajando ocasionalmente a El Paraíso.  Cuando finalmente Lara rompió el silencio, fue para decir con total franqueza, que jamás había imaginado vivir en el campo.  A Juan Martín la sonrisa se le borró automáticamente del rostro. La palabra campo sonó despectiva a sus oídos. Lara notó de inmediato el efecto de sus palabras sobre Juan Martín pero aunque hubiera querido ya no podía desdecir lo dicho.   En un arranque desesperado por minimizar el dolor que acababa de causarle, Lara le dijo que lo pensaría, pero era demasiado tarde.  Con la tristeza reflejada en el rostro, Juan Martín sacudió su cabeza y esbozó una débil sonrisa.  No hay nada que pensar Lara, fue lo único que dijo y sin esperar una respuesta de ella, se marchó.  Lara tampoco lo detuvo y ante el triste recuerdo, se preguntó si había hecho lo correcto.
Tenía que serenarse y pensar.  Obligarse a ser racional.  Despojó sus pensamientos de todo sentimiento posible.  Era imperioso que pensara con frialdad cada uno de los puntos a favor y en contra.  No le resultó difícil descubrir que era lo que verdaderamente deseaba.  Solo era cuestión de aceptarlo y reunir el valor para comunicarlo sin reparar en las amargas consecuencias.  No sería nada sencillo.
- Señorita, estamos en el Hilton – dijo el taxista con impaciencia. 
Lara asintió con aire ausente y pagó por el viaje.  Antes de ingresar al hotel ya tenía en mente todo lo que debía conversar con Eduardo Macero, Gerente Institucional de la Asociación de Empresarios Metalúrgicos. No tenía más tiempo para dedicarle a Juan Martín. 
La reunión en el hotel Hilton le consumió casi toda la tarde y resultó tan innecesaria como improductiva.  Cada uno de los temas abordados hacía semanas que se habían definido y acordado.  El único motivo por el cual había accedido a reunirse con Macero era que era la primera vez que trabajaba para la Asociación de Empresarios Metalúrgicos y deseaba que tuvieran una buena impresión suya y de la empresa.  La Asociación era un potencial cliente que deseaba seducir e incorporar a su cartera.  Ya pasadas las cinco de la tarde, vibró en su cintura su celular.  Era un mensaje de Mónica, informándole que había hablado con Tristán Carrillo. Se reunirían al día siguiente.  Por su parte, Francis la aguardaba en el Alvear a la hora que ella había indicado.
- Van a tener que disculparme, - dijo con una sonrisa poniéndose de pie.  – Tengo otro compromiso.
- Claro Lara, - respondió Eduardo Macero poniéndose de pie también. – Entonces, mañana nos vemos aquí temprano.  ¿A qué hora venís?
- A las 9 de la mañana llegarán mis colaboradores, - le dijo ella con tono tranquilizador. – Todo va a salir bien… vos dejá todo en mis manos.
Salió del Hotel tan rápido como pudo.  Solo cuando se subió al primer taxi que encontró dejó que el fastidio fluyera y se reflejara en su rostro.  Con todo lo que debía resolver la fastidiaba sobremanera haber desperdiciado tanto tiempo tranquilizando a un cliente impaciente, dubitativo e inseguro. 
El tránsito de Buenos Aires estaba en su peor momento y trasladarse desde la zona de Puerto Madero hasta Recoleta donde se encontraba el Hotel Alvear le llevó mucho más tiempo de lo que había calculado.  Para peor, el mal funcionamiento del semáforo de la intersección de las Avenidas del Libertador y Callao había ocasionado una congestión tan grande que el amontonamiento de autos llegaba prácticamente hasta 9 de julio.  Cansada de perder tiempo, se apuró a pagar el viaje y dejó el taxi.  Caminó las últimas tres cuadras. 
Con paso ligero ingresó al Hotel Alvear quince minutos pasadas las 18 horas.  Le pesaba el maletín cargado con las carpetas de los distintos clientes con los que se había reunido durante el transcurso del día.  Le hubiera gustado disponer de varios minutos a solas antes de reunirse con Francis, pero él ya se encontraba ubicado en la mesa más apartada del coqueto jardín de invierno. Lara sonrió al verlo y aguardó unos segundos antes de interrumpirlo.  Francis conversaba animadamente con dos mozos que seguramente lo habían reconocido.  A los 65 años de edad Francis Le Bleaux no había perdido ni la jovialidad ni el buen humor.  Era un caballero distinguido y elegante.  A pesar de residir en Buenos Aires por más de 20 años, su apariencia y sus ademanes reflejaban claramente su origen francés.  Llevaba el entre cano cabello corto y el cutis tostado a fuerza de sesiones de cama solar.  Al verlo ubicado en ese cálido y acogedor recinto, se le amplió la sonrisa y pensó que Francis entonaba con todo cuanto lo rodeaba.  Era parte de ese ambiente sofisticado y se lo notaba feliz como pez en el agua.  Pero más allá de todos los aspectos positivos, Lara deseaba conversar con Francis porque estaba preocupada por él.  Hacía meses que lo observaba sin que él lo notara.  Lo veía cansado, algo que se advertía en sus modos y en su atención.  Por momentos parecía distraído y ausente.
En cuanto la vio parada en la entrada, Francis le hizo un ademán para que se acercara.
- ¿Cómo estás mi amor? – la saludó poniéndose de pie. – Estás preciosa como siempre.  Qué bien te sienta el negro.
Ella agradeció el cumplido y se saludaron con un fuerte abrazo y dos besos.  Un mozo se acercó a ellos.  Ordenaron café.
- ¿Cuéntame cómo anda todo?
Se conocían de años, pero Lara siempre se maravillaba por su manera de preguntar por aquello que concernía a la empresa; porque si bien ella y Francis eran socios de la misma empresa, él nunca registraba por más de 24 horas las distintas obligaciones que contraían.  Lara era consciente de que ese había sido uno de los motivos por los que Francis había decidido asociarse con ella.
Rápidamente lo puso al corriente de los distintos eventos que debían atender.  Le proporcionó lujo de detalles, que probablemente él olvidaría tan rápido como ella los había mencionado, pero para Lara era un proceder tan mecánico como natural.  Aunque lo hubiera deseado no hubiera podido hacerlo de otra manera. Mientras tanto Francis la observaba con expresión seria sintiéndose entre orgulloso y triste por su joven discípula. Ante su mirada Lara se había convertido en una hermosa y atractiva mujer; con su metro setenta y su femenino andar desplegaba un encanto exquisito que difícilmente pasaba inadvertido.  La envolvía un aura especial, mezcla de elegancia y vulnerabilidad, que atraía las miradas como un imán, y contrarrestaba con su firmeza y determinación profesional. 
Esa mañana lucía su abundante cabello castaño apenas recogido a los costados que enmarcaban el aniñado y sereno rostro de modo armónico.  La sentía mucho más que a una discípula; para él Lara era la hija que nunca tendría.  Tal vez había ocupado ese lugar dado que tras la muerte de sus progenitores, se había quedado sin familia y él había sentido la necesidad, la obligación y el deseo de protegerla y guiarla.
Ella seguía hablando pero Francis ya había dejado de escucharla.  Había algo que le llamaba mucho más la atención.  La observó con mayor detenimiento.  Detrás de los inquietos ojos miel, Francis notó un atisbo de turbación y tristeza.   Allí está de nuevo, se dijo luego de que Lara parpadeara y desviara la vista por un instante.  Vaya, vaya, pensó con preocupación. El empuje y la determinación para llevar adelante su empresa la habían endurecido y Lara había aprendido a esconder su costado más débil. Le costaban las relaciones sentimentales y por algún motivo o por experiencias que Francis desconocía había aprendido a preservar su parte emocional. 
- Bien, - dijo Francis abruptamente. Se limpió delicadamente la comisura de su boca con la servilleta dispuesto a tomar la palabra. La miró unos segundos y a juzgar por el rostro de ella advirtió que había interrumpido algún comentario.  Pero no le importó. - ¿Qué es lo que verdaderamente está sucediendo?... supongo que se trata de Juan Martín…
Lara respiró hondo y buscó esconder su incomodidad tras la taza de café.  Una vez más Francis la había tomado por sorpresa y le molestó su propio descuido.  En algún punto, sin querer sentirse contradictoria, tenía que reconocer que  tal vez inconscientemente había recurrido a Francis para hablar de ese asunto.
- Veo que di en el clavo, - insistió Francis.
Lara asintió y lo observó unos segundos sin saber cómo empezar.
- Se quiere casar Francis, - dijo finalmente con voz quedada.  En un abrir y cerrar de ojos había desaparecido de su rostro todo rastro de seguridad para mostrarse perdida y abrumada.
- Se quiere casar pero vos no, - agregó él con tono punzante. – Y lo peor de todo es que no sabes cómo decirle que vas a terminar con él.
- Ya se lo di a entender, - replicó ella incómoda, –Pero lo quiero.
- Pero no tanto como para sacrificar todo esto, - replicó él y con ambas manos señaló todo cuanto los rodeaba.   Lara hizo una mueca y estuvo a punto de decir algo pero él no se lo permitió. – Escúchame… hace tiempo que quiero decirte varias cosas sobre tu relación con Juan Martín, – siguió diciendo con aplomo. Ella frunció el ceño.  – No es para vos y vos no sos para él… no tienen nada que ver.  – Hizo una nueva pausa y la observó advirtiendo el modo en que asimilaba sus palabras. -  Tal vez en algún momento fueron el uno para el otro, pero ya no. Hace tiempo que no. Hoy por hoy pertenecen a mundos diferentes, mi querida. -  Las palabras de Francis resultaron terriblemente duras para Lara, pero ella sabía que era así aunque le doliera reconocerlo. – Por lo poco que lo conozco y por lo que vos hablas de él, me imagino que debe soñar con instalarse en esa imponente estancia y llenarte de hijos. – Se llevo una mano a la frente y frunció la nariz con expresión de horror. - Por Dios no logro imaginarte en esa vida.
- Me cuesta pensar en no estar más con él, - aceptó.  Fue un murmullo cargado de angustia. – Compartimos tantas cosas… Hace más de cinco años que estamos juntos.
Lara apoyó un codo sobre la mesa y escondió brevemente su rostro tras la palma de su mano. Un gesto tan delicado que  logró disimular lo abrumada que estaba.
- Es cierto, - comentó Francis. – Me imagino que no debe ser nada sencillo. Es un muchacho sumamente encantador, - siguió diciendo con tono paternal, - y muy apuesto. – Hizo una pensativa pausa. – Muy apuesto, mi querida niña, - agregó con jovialidad.
El tono empleado por Francis la sorprendió y no pudo evitar esbozar una sonrisa.
- Que no te escuche Manuel, - comentó dejándose llevar. – Se va a poner muy celoso.
-Por Dios, las cosas bellas están para ser admiradas, - aclaró con picardía. – Y ese chico es una belleza.
- Dejémoslo ahí, - respondió Lara.  Consultó su reloj con disimulo. – No tengo mucho tiempo y hay algo que verdaderamente quiero hablar con vos.
Francis la miró con curiosidad, hubiera jurado que Juan Martín era el motivo de sus problemas. 
- ¿Qué sucede?, - preguntó preocupado. – Pensé que deseabas hablar de Juan...
Ella sacudió su cabeza negativamente. 
- ¿A vos qué te está pasando? – preguntó directamente. – Hace meses que te vengo observando y no te veo bien.
Francis respiró hondo y se dejó caer en el respaldo de su silla.  Una mueca de incomodidad se alojó en su rostro y recorrió el lugar con la mirada buscando las palabras para responder. 
- No sé cómo decirte esto, - empezó diciendo con cierta inseguridad. – Hace rato que lo estoy pensando…
- ¿Qué cosa?
-No tengo muchas ganas de continuar con la empresa, - dijo finalmente. – Estoy cansado y mi médico sugirió que descansara.
- ¿Médico?, ¿qué médico? – preguntó ella ahora alarmada.
- El cardiólogo… yo estoy bien, - repuso restándole importancia a su propio comentario al notar el efecto de sus palabras en la muchacha. – Pero él insiste con que tengo que descansar más y trabajar menos.
- Basta, no te quiero escuchar más, - dijo ella con determinación. – Te tomás licencia a partir de este momento… - Francis intentó interrumpirla, pero Lara no se lo permitió. – No Francis… no se habla más del asunto… Porque no te vas a Paris con Manuel, - le sugirió con voz cargada de preocupación. – Allí vas a poder descansar y vas a disfrutar de tus amigos.
- Puede ser…– respondió él con una sonrisa. - Ya veremos.
- No hay nada que ver, - protestó ella entre preocupada y contrariada. 
Cayeron en un incómodo silencio y ambos ocultaron sus pensamientos y preocupaciones tras la taza de café.  Con aire ausente Lara consultó su reloj.
-  Me tengo que ir, – dijo ella con cierto pesar. Francis la tomó de las manos con sumo cariño y le agradeció su preocupación con una sonrisa. - Vos sabes qué tenés que descansar, no me generes una preocupación más no cuidándote.
- Este no es momento para tomarse una licencia Lara, - agregó Francis con tranquilidad. – Tenemos mucho trabajo.
- Es cierto pero…
- Vamos a hacer lo siguiente, - agregó él interrumpiéndola. - De ahora en adelante me voy a ocupar de cotejar la elaboración de los banquetes, pero no voy a asistir a los eventos. – Hizo una pausa y esperó la reacción de ella. Lara asintió resignada y se puso de pie.  – En enero empiezo una licencia de 6 meses. ¿Te parece?
Lara volvió a asentir ahora con una sonrisa. Se despidieron con un abrazo fuerte cargado de significado.  Volverían a hablar esa noche.

 
CAPITULO 2

Juan Martín Puentes Jaume, montó su caballo y se alejó rápidamente del casco de la estancia.  A los 23 años de edad y pronto a concluir su carrera universitaria, sentía estar enfrentándose a una disyuntiva.  Su vida se bifurcaba y era inminente, por su propio bien, que enfrentara la encrucijada para retomar el rumbo.  Era hora de pensar en él y en su propio futuro. Debía poner punto final a tanta vacilación. 
Había pasado toda una semana de la conversación que había mantenido con Lara y si bien durante los primeros días se sintió agobiado y abatido por el desenlace, empezaba a hacerse a la idea de que todo había terminado y que estaba bien que así fuera.  Durante tanto tiempo había soñado con establecerse con ella en El Paraíso que había llegado a creer que esa era la única realidad posible para su felicidad; nunca contempló otras posibilidades, y lo que era peor aún, nunca había compartido con Lara sus sueños al respecto.  Ese había sido su error.
Corría el mes de octubre y afortunadamente todos los miembros de la familia habían regresado a Buenos Aires a ocuparse de sus obligaciones.  Quería estar solo, necesitaba estarlo, para poder pensar en todo lo que le estaba sucediendo y en como seguiría su vida. A su mente llegaron todo tipo de interrogantes que no sabía cómo resolver y esperaba encontrar en la soledad de la estancia las respuestas que necesitaba.
Cansado de sentirse mal y de estar pendiente de los vaivenes de una relación vacía e infructífera, se propuso disfrutar de todo lo que El Paraíso podía ofrecer.  Todas las mañanas salía a caballo a recorrer los campos de la familia.  Uno a uno visitaba los cultivos y cotejaba el estado de la hacienda,  para terminar su recorrido en alguno de los parajes más hermosos del lugar.  El murmullo de los árboles y los ruidos silvestres invadían la totalidad de su cuerpo despertándolo; el viento fresco le golpeaba el rostro devolviéndole  la libertad que hacía mucho había perdido.  No dejaba de sorprenderse, no sin tristeza, al no poder precisar cuando había sido la última vez que se había sentido tan feliz y libre de presiones. 
Caía la tarde y casi sin advertirlo llegó a su paraje favorito.  Descendió del caballo y lo contempló como lo había hecho tantas veces.  La tupida vegetación del lugar dejaba semioculto un arroyo.  Los pocos rayos que penetraban el techo de ramas de abetos y eucaliptos penetraban con total claridad hasta alcanzar la cristalina corriente que corría desenfrenada, chocando violentamente contra las piedras.  Se dejó caer en la raíz de un viejo árbol y encendió un cigarrillo mientras contemplaba el lugar, dejándose envolver por sus pensamientos.
Una vez más la imagen de Lara vino a su mente, pero ya no se resistía ni luchaba contra el dispar aluvión de emociones que ella generaba.  Volvió su mirada hacia el arroyo y recordó la cantidad de veces que con ella había estado allí, amándose, riendo, soñando. Las buenas épocas, pensó con cierta amargura.  Sentía los recuerdos lejanos como si un siglo hubiera pasado entre las risas y las palabras de amor y el frío y vacío presente.  ¿Cómo pude haber creído que ella aceptaría vivir aquí?, se preguntó sintiéndose estúpido.  ¿Cómo pude haber necesitado llegar a esto para darme cuenta que lo nuestro murió hace mucho más que un par de meses?  Después de la tácita respuesta de Lara ante su propuesta de casamiento, nada más podría pretenderse. Lo cierto era que aunque se sintiera dolido al pensarlo, Juan Martín empezaba a descubrir que en algún punto su propuesta, más que buscar una aceptación,  había buscado definir una relación que hacía rato estaba definida.  En ese instante lo advirtió y la impresión de haberse expuesto innecesariamente no le agradó.  No, fue necesario, se dijo contradiciendo sus propios pensamientos, necesitaba convencerme de una buena vez.  Lo que verdaderamente sentía era una oleada de paz y serenidad ante la certeza de haber hecho lo correcto. 
En su balanza interior se obligó a colocar todos sus sentimientos.  Para su sorpresa Juan Martín descubrió que más allá del dolor que le causaba el inminente alejamiento de Lara, no estaba dispuesto a sacrificar su futuro y su dicha por ella. Ese era su lugar en el mundo y se abrazaría a El Paraíso con la convicción de que allí estaba su felicidad.  La sensación fue abrumadora y tan clara como el agua que corría por el arroyo. Por primera vez supo que no había en su mente ni en su alma vacilación alguna.  Era algo nuevo para él, nunca antes había contemplado sus deseos desde esa óptica y le resultó ciertamente irónico. 
Una ráfaga de viento frío le arremolinó el cabello.  Respiró hondo sintiendo como su interior se relajaba.  Las piezas empezaban a ordenarse. Era un comienzo; el primer paso para recobrar el camino que mucho tiempo atrás había trazado.  Empezaba a oscurecer. Consultó su reloj y se puso de pie dispuesto a marcharse.
Como parte de su rutina diaria, al regresar de la recorrida por los campos, Juan Martín pasaba por Las Coloradas, el pueblo cercano al Paraíso.  Se dirigía directamente a un rústico bar donde compartía un trago y conversaba con conocidos del lugar.  Le gustaba mezclarse con los lugareños, lo hacían sentir integrado.
Una mañana cuando estaba por emprender el camino de regreso al que ya consideraba su hogar, sintió que alguien lo llamaba.  Al girar se encontró con Valeria Cabañas que le sonreía con una mirada traviesa.  Desde muy pequeña Valeria había formado parte de las fantasías de Juan Martín.  Era una hermosa muchacha, alta, delgada, de ondulada cabellera rubia y profundos ojos verdes.  Su belleza se acentuaba con su sonrisa amplia y contagiosa, una figura voluminosa figura acompañada de seductores movimientos.  Ella y Juan Martín habían sido novios durante un tiempo cuando ambos eran todavía adolescentes.
Se saludaron con un fuerte abrazo, hacía mucho tiempo que no se veían y ninguno se molestó en ocultar lo contentos que estaban de volver a verse.  Decidieron almorzar juntos. 
Valeria no podía creer en su suerte.  Luego de tanto soñar con reencontrarse a solas con Juan, la oportunidad se le había presentado cuando menos lo esperaba. Seguía tan enamorada de él como el primer día y la alegría que mostró Juan al verla no hizo más que encender las esperanzas de la muchacha. 
A Juan se le ocurrió que estarían más cómodos y tranquilos en El Paraíso y hacia allí se dirigieron.  Se subió cada uno a su auto y corrieron carreras hasta la entrada de la estancia.  Almorzaron en el jardín de invierno y allí pasaron toda la tarde poniéndose al día con sus vidas.  Valeria le contó que acababa de regresar de Buenos Aires. Se había recibido en  Administración Hotelera, pero no estaba segura de desear ejercer su profesión.  Por el momento había viajado a la estancia en compañía de su hermano Pedro, que debía supervisar unas refacciones que se estaban realizando en la casa,  también los había acompañado la novia de él.
-En realidad, no sé quien acompañó a quien - dijo haciendo una mueca.  Juan Martín al verla rompió a reír. - No te rías, no los veo nunca.  Van juntos a recorrer los campos y después con la excusa de que están muertos de cansancio se encierran en el cuarto, - siguió diciendo con tono cómico, - me estoy aburriendo de lo lindo, pero no tengo ganas de volver a Neuquén todavía.
- Bueno, yo me quedo hasta fin de mes, - empezó diciendo Juan con una sonrisa. - Cómo verás no hay nadie más en la casa, ¿porqué no me acompañas a recorrer los campos?  Así nos hacemos compañía.
Juan Martín se arrepintió de haber hablado ni bien terminó de hacerlo.  Los sentimientos de Valeria  no les eran ajenos, y no tenía intención de jugar con la muchacha, pero interiormente deseaba que ella se quedara junto a él, empezaba a sentirse solo. 
Durante las primeras semanas pasaron mucho tiempo recorriendo los campos.  Ocasionalmente se detenían en algún lugar para comer o para contemplar el paisaje.  Regresando a la casa luego de terminada la recorrida para descansar allí.  Ambos eran conscientes de la atracción que se tenían. En varias ocasiones sus miradas se cruzaron y no se molestaron en desviarla, haciéndose cómplices de la situación que compartían. Reían, conversaban y se seducían disfrutando del juego que entre ellos había surgido.  Un juego excitante y estimulante, que los atraía, logrando que se concentraran el uno en el otro mientras estaban juntos.
La cercanía de Valeria le proporcionó a Juan Martín otro punto en que pensar.  Empezaba a desear estar con ella a cada momento y por las noches despertaba recordando haberla soñado.  Cuando eso sucedía, se obligaba a pensar en Lara, pero el sentimiento era diferente.  Por Valeria no sentía el amor que sentía por Lara, pero la atracción en cambio era irresistible.   Cada vez que la tenía cerca el deseo de besarla y abrazarla le brotaba por los poros de manera desesperante y llegó un momento en el que creyó que no había sido muy buena idea pasar tanto tiempo con Valeria.   Pero su cuerpo y su propia debilidad le decían lo contrario. Valeria estaba tan pendiente de él, que Juan no podía negarse a ella.  ¿Cuánto hace que no me siento así con alguien?, pensó, ¿cuánto hace que no siento que alguien vive pendiente de mí?  Con Lara era  todo tan diferente.  Decidió vivir el momento y aceptar las consecuencias de caso.
Al cabo de dos semanas de no separarse, Valeria propuso, como cuando eran chicos, ir a almorzar al arroyo.  Juan Martín aceptó encantado con la idea.  Mientras Valeria se encargaba de acondicionar el lugar para poder comer cómodos, Juan contempló los alrededores dejándose envolver por los recuerdos. Contempló a Valeria que sacaba unos vasos y una botella de vino de la canasta que había preparado, y esta vez le fue imposible contener sus deseos.  Al sentir la proximidad de él, la muchacha levantó su rostro enfrentándolo.  En su mirada Juan pudo ver que le pedía que la besara, sin dudarlo se arrodilló frente a ella y la besó.  Fue un beso que dio paso a una cadena de largos besos y caricias.  La misma Valeria fue quien tomó la iniciativa y comenzó a desabrocharle la camisa.  Al sentir los dedos de ella moverse con destreza sobre su pecho, Juan Martín la imitó sin dejar de besarle el cuello, los labios y toda parte de su cuerpo que empezaba a quedar al descubierto.  Con delicadeza la recostó sobre el cobertor que ella había estirado para comer.  Allí con los árboles y el arroyo como testigos, hicieron el amor.
Con la mirada clavada en  el techo de frondosas ramas, cayeron en un incómodo silencio.  Juan Martín empezaba a arrepentirse de lo sucedido. Era plenamente consciente que ya nada sería lo mismo.  Él había cambiado.  Lo que no podía perdonarse era haber llegado a ese extremo para comprobar que nada quedaba del amor que durante tanto tiempo había profesado por Lara. 
Sus pensamientos fueron interrumpidos por Valeria, que sin preámbulos confesó tener plena noción de la existencia de Lara.  Al escuchar estas palabras Juan Martín se incorporó y la contempló con seriedad.  Ella esbozó una  sonrisa apenas desviando la vista hacia él.  De alguna manera se sintió aliviado porque ella sacara el tema a la luz. Nuevamente sus pensamientos fueron interrumpidos por Valeria, que necesitaba dejar bien claro que pensaba disfrutar cada segundo que tuvieran juntos.  Lo amaba y nada más le importaba.   Se incorporó  y apoyando su desnudo busto sobre el pecho de Juan Martín, clavó su mirada en la de él.
- Te amo… es tan simple como eso, – terminó diciendo.
- Val.… por favor, me haces sentir mal diciéndome a cada rato que me amas.  Sabes que no siento lo mismo, pero me encanta estar con vos… hacía mucho tiempo que no me sentía así…
- Me conformo con eso… por el momento, - dijo ella con una leve sonrisa. - Pero, ¿qué pasó con tu novia?
La franqueza de Valeria lo sorprendió considerablemente.  No estaba seguro de desear hablar del tema con ella, pero tal vez desahogarse le ayudase a sentirse mejor.  Poco a poco le contó sobre Lara y su devoción por el trabajo, pero no mencionó ni la propuesta de casamiento, ni mucho menos la negativa de ella.  Simplemente finalizó diciendo que habían terminado.  Para Valeria esas últimas palabras fueron suficientes. Se recostó sobre él y lo obligó a callarse con un beso.  Con ambas manos tomó el rostro de Juan Martín acariciándolo, y mientras lo besaba, sus manos descendieron lentamente por su cuerpo, acariciándolo.  Juan la abrazó y giró recostándola sobre el pasto.  Volvieron a hacer el amor, esta vez despacio, disfrutando cada roce.
El cuerpo de Valeria lo volvía loco.  Juan Martín no se reconocía; en tan solo una semana Valeria se había convertido en una droga para él; se sentía libre y revitalizado y gracias a Valeria había perdido las sensaciones de soledad y abandono que durante muchos meses lo habían perseguido.  Mientras Valeria se duchaba, él buscó una cerveza y pensó en ello.  No sentía por Valeria lo mismo que por Lara, pero tampoco sentía por Lara la necesidad que le producía Valeria.  Su mente volvió a llenarse de dudas, pero no las podía disipar con Valeria tan cerca y si de algo estaba seguro era que no deseaba que se marchara.
Esa noche mientras cenaban, Juan Martín se atrevió a preguntar cuando el hermano de Valeria dejaba su estancia.  La pregunta la divirtió y sin poder dejar de sonreír, ella preguntó a razón la pregunta.  Juan Martín no estaba muy seguro de lo que estaba a punto de decir, pero necesitaba liberarse y dejarse llevar.  Tomó una de las manos de Valeria y con una dulce sonrisa le propuso que se quedara un tiempo más con él.
Valeria saltó de la silla y fue hacia él para besarlo y abrazarlo.  Se sentía feliz y no lo ocultaría por nada en el mundo.  Lentamente empezó a desabrocharle la camisa, al tiempo que se sentaba sobre sus piernas enfrentándolo.  Juan Martín la detuvo y le hizo una seña para que fueran directamente al cuarto de él.  Entre risas subieron la escalera sin separarse.
En varias ocasiones al regresar de sus largos paseos con Valeria, María la cocinera de la estancia, lo llamaba a un costado para decirle que Lara lo había llamado, pero nunca le devolvió el llamado.  No estaba preparado para enfrentarla. No podía decir que se había enamorado de Valeria, pero la atracción que sentía por ella rompía todas las barreras.   No extrañaba a su antigua novia y empezaba a creer que en su vida se había producido un giro total.
El mes que pasaron juntos resultó ser un sueño para ambos. Descubrió en Valeria a una compañera casi perfecta, con quien se divertía durante el día y disfrutaba las noches.  Lo que comenzaba a atormentarlo era el enfrentamiento con Lara; había llegado el momento de cerrar definitivamente ese capítulo de su vida.  Miró a Valeria que se peinaba sonriente frente al espejo de la habitación que compartían. No deseaba separarse de ella y no lo haría.  Definitivamente había sido una muy buena idea permanecer en el Paraíso y una vez más confirmó que su destino se encontraba allí.

CAPITULO 3

- No era eso lo convenido Armando, - chilló Lara con fastidio. – Habíamos quedado que nos depositaban el 50 % quince días antes… - Hizo una pausa y se frotó las cejas con dos dedos procurando minimizar el insipiente dolor de cabeza. – A ver Armando, faltan tres días para la cena y necesito ese depósito…
Hacía tan solo media hora que había arribado a su despacho después de supervisar un almuerzo privado en el Colegio de Escribanos de la Ciudad de Buenos Aires.  Estaba cansada, pero, aunque lo deseara, todavía no podía relajarse y descansar. Mientras escuchaba las vacías excusas de su cliente, Lara cotejó los últimos mensajes que acababan de ingresar a su casilla de correo electrónico. Diez mensajes: tres de ellos para solicitar presupuestos y bloquear fechas para futuros eventos, se los redireccionó a Mónica para que se ocupara del tema; los restantes eran consultas y confirmaciones de distinta índole.  Del otro lado de la línea, Armando Cáceres se esforzaba por minimizar el tono de la discusión. Lara no alcanzaba a comprender porque siempre terminaba aceptando trabajar para él, cuando en realidad no lo necesitaba.  Era la tercera cena que organizaba para ellos y en cada ocasión habían surgido inconvenientes a la hora de cancelar el pago.  Con cierta impaciencia recorrió el despacho con la mirada y consultó su reloj.  Tenía demasiados asuntos que atender y no podía seguir perdiendo tiempo con esa conversación.
- Armando, vamos a cerrar este tema de una buena vez, - lo interrumpió al cabo de unos segundos. – Mañana mismo quiero ese depósito… lo necesito, quedó claro. – Terminó diciendo con tono tajante.  – En cuanto me avisen que está el dinero, me ocupo de solucionar lo pendiente.
Sin siquiera despedirse dio por concluida la comunicación.  Dejó el auricular en su sitio.
-Lara, - la llamó Mónica desde el corredor donde se encontraba su escritorio. – Tengo a Jaime en la línea uno. ¿Estás disponible para él?
- Preguntale si es por el tema del menú para el sábado, - respondió Lara.  – En caso de que así sea pasáselo directamente a Francis. Si es por otro tema, decile que lo llamo en un rato, tengo que hacer un llamado antes.
Las actividades de la empresa se desarrollaban a un ritmo vertiginoso, haciendo que las semanas comenzaran y concluyeran sin que Lara lo notara.  Los cambios de último momento y los imprevistos se sucedían unos a otros, acotando considerablemente los márgenes de error e inyectando una dosis de adrenalina que ni ella ni sus colaboradores necesitaban. Ese año estaban desbordados. Por primera vez desde que la empresa abrió sus puertas, Lara se vio obligada a contratar personal externo. Afortunadamente Francis se ocupaba de cotejar la elaboración del servicio gastronómico, tal como habían acordado; pero hasta cuando, pensó haciendo un paréntesis en su actividad. La pausa se prolongó y el rostro de Juan Martín relampagueó en su mente  por un instante; una vez más Lara se forzó a suprimirlo. No es este el mejor momento para pensar en eso, se dijo obligándose a concentrase una vez más en su trabajo. Pero no lo logró. Últimamente la acosaba el saber que debía ponerle punto final al asunto. Sorprendida cayó en la cuenta de que ya habían pasado cuatro semanas desde que había dejado El Paraíso. Juan no había llamado y esa ausencia de noticias no hacía más que reflejar el fin.  No era que ella no lo supiera, pero no le parecía forma de concluir una relación de tantos años.  No extrañaba nada de todo cuanto Juan había representado para ella y aunque era una sensación mezquina, agradecía el no tener que llamarlo o el no verse obligada a  generar algún espacio en su abultada agenda para poder estar con él.    Sacudió su cabeza forzándose a volver a la realidad y a medida que lo lograba el rostro de Juan Martín se diluía tornándose difuso en las profundidades de su mente.
De memoria marcó un número sin siquiera tomar el auricular.  Aguardó apenas unos segundos hasta que una voz ronca y pesada quebró el silencio del despacho.  Rápidamente tomó el auricular.
- Amadeo, habla Lara Galantes, - dijo Lara con voz seria.  – Tengo una modificación para la cena en Palacio San Miguel del jueves. – Hizo una pausa y revoleó sus ojos con fastidio. – Ya lo sé, pero tenemos que hacerlo.  Amadeo, sé que tenías pensado unos centros más creativos, pero vas a tener que dejarlo para otro momento.  La Sra. del Presidente exigió centros bajos para que no molesten la visual y que todos los comensales puedan verse las caras al conversar. – Del otro lado de la línea Amadeo protestaba.  Lara lo dejó, en algún punto a ella le hubiera gustado poder hacerlo también.  – Estoy de acuerdo con vos Amadeo, pero lo cierto es que exigieron centros de ese tipo… ah y que sean flores blancas… si ya sé, pero le gustan las flores blancas… está bien… te llamo más tarde para coordinar.  
Dejó el auricular en su sitio y una vez más concentró su atención en los mensajes del correo electrónico.  Tristán Carrillo, le informaba que las modelos para el desfile de la semana próxima, ya estaban contratadas; tanto ellas como todo cuanto pasaría por las pasarelas, llegarían al lugar del evento aproximadamente dos horas antes del horario de comienzo.  Lara respiró hondo.  Además del dolor de cabeza, una ola de fastidio se apoderó repentinamente de ella.  No veía la hora de concluir con ese desfile.  Ya tenía definido que era la primera y la última vez que aceptaría ocuparse de algo así.  No era lo suyo, y le estaba consumiendo demasiado tiempo, atención y energía.  Faltaba tan solo tres semanas, durante las cuales pensaba dedicarse solo a eso.
Una tarde luego de concluir una de las tantas reuniones con sus abogados, Mónica ingresó abruptamente a su despacho.  Lara miró a su secretaria con seriedad e incomprensión.  La muchacha tenía la mirada brillante, cargada de desesperación.  Asustada se puso de pie y sin perder tiempo preguntó que sucedía advirtiendo que se trataba de una mala noticia.  Con la voz cargada de angustia Mónica le informó que Manuel había llamado para avisarle que Francis estaba internado.  Había sufrido un ataque cardíaco, que casi acaba con su vida.  Shockeada por la noticia Lara se dejó caer en su sillón.  Tardó unos minutos en reaccionar, un frío intenso corrió por sus venas inmovilizándola.  Cuando finalmente reaccionó, tomó rápidamente sus pertenencias y salió de su despacho.  Mónica la corrió para gritarle el nombre de la clínica donde Francis estaba internado.
Francis Le Bleaux permaneció internado en el sector de cuidados intensivos durante una semana.  Lara pasaba por el hospital antes de dirigirse a su oficina y al marcharse de ella. En ambas ocasiones procuraba reunirse con los médicos que cuidaban de Francis, para escuchar las últimas novedades.  Luego le informaba todo a Manuel, que tan aturdido estaba que se mostraba incapaz de ocuparse del más mínimo detalle.  Fuera la hora que fuera, Lara lo encontraba sentado frente a la puerta de terapia intensiva, donde Francis se encontraba con la mirada brillante y perdida.
 A la segunda semana de internación Francis fue pasado a un cuarto individual.  La misma Lara fue quien se encargó de acondicionar la habitación, pues Manuel se mostró tan inoperante como siempre. Siete días más tarde le dieron el alta médica, con muchas indicaciones a tener en cuenta.  Lo que definitivamente quedaba prohibido era el trabajo; debía guardar reposo absoluto.
Visitaba a Francis todos los días, ocupándose de cualquier cosa que pudiera necesitar. Durante esas visitas aprovechaban para conversar, Lara lo ponía al corriente de todo lo que sucedía en Bleu.  Especialmente le comentaba todo sobre los avances del desfile y de lo bien que todos se estaban desempeñando en la Empresa.  Francis la escuchaba con una sonrisa, sabiendo que no se había equivocado.  Lara se había convertido en una excelente profesional.  Los años de estudio y de convivencia laboral habían dejado la marca de su profesor en la muchacha.  Pero Francis tenía que admitir que su pequeña Lara lo había superado, pues ella tenía una visión comercial de la que él carecía.  Ella siempre tenía su mirada puesta en el futuro y, en todo momento, se mostraba dispuesta a embarcarse en nuevos proyectos para superarse.
Acababa de concluir una conversación con un cliente cuando el celular vibró en su cintura.  Pensando en lo que debía discutir con Tristán Carrillo, sobre el buffet del desfile, atendió la llamada.  Del otro lado de la línea apareció la voz de Juan Martín.  Millones de imágenes del pasado se agolparon en su mente como si en ese instante hubiera recordado su existencia y lo que estaba por suceder.  Tan absorta estaba que por unos breves segundos no fue capaz de responder. 
- ¿Estás ahí Lara? – preguntó con un dejo de preocupación.
- Si claro, - respondió entre nerviosa y tensa.  - ¿Cómo estás?
- Muy bien gracias, - respondió secamente. – Mucho mejor de lo esperado.
El sarcástico comentario no pasó inadvertido para Lara que no encontró las palabras para responderle. 
- Escuchame, - siguió diciendo Juan Martín, con voz segura, firme.  – Estoy de paso por Buenos Aires, en dos días vuelvo a la estancia y, si no te robo mucho tiempo, me gustaría que hablemos. 
- No Juan, no me robas nada, - repuso ella ahora algo contrariada ante su nueva ironía.  De reojo consultó el reloj ubicado a un costado de su escritorio. – Porque no pasas por casa a eso de las nueve, - dijo con más calma de la que realmente sentía. – Podemos cenar si te parece.
- A las nueve está bien, - respondió. – Pero preferiría no alargar las cosas con una cena.  Nos vemos a la noche.  Hasta entonces.
Lara cerró su celular lentamente.  Una mezcla de sentimientos se apoderó de su interior en tanto repasaba la conversación que acababa de mantener con Juan Martín.  No había percibido en su voz, ni dolor, ni tristeza.; más bien todo lo contrario. 
Finalmente sucedería, se dijo entre aliviada y amargada.  Entre las reuniones, el desfile y la internación de Francis, había estado demasiado ocupada para pensar en él.  ¿Cuánto tiempo había pasado desde el fin de semana que compartieron? Se preguntó azorada por no estar segura.  Miró su calendario.  Seis semanas, se dijo asombrada por el paso del tiempo.  No había mucho más que pensar.  En ese mes y medio había llamado a la estancia en dos oportunidades y en ambos casos lo había hecho alentada más por la culpa que por la necesidad de escuchar su voz.  Para sus adentros había agradecido que él no respondiese el llamado.
Sería una conversación de despedida; cargada de reproches o tal vez simplemente rememorarían los buenos momentos para luego decirse adiós para siempre.  Ese pensamiento la deprimió aún sabiendo que deseaba terminar con esa relación.
Juan Martín fue puntual, más puntual de lo que había sido en los cinco años de noviazgo.    Lara lo interpretó como un firme deseo de empezar y terminar cuanto antes con todo aquello.  Se saludaron de manera extraña. Un saludo reprimido, entre conocido y distante, como si fueran y no fueran los mismos.  Algo en él se había modificado, no fue difícil para Lara advertirlo.  Llevaba una barba insipiente y el oscuro cabello más largo y desprolijo de lo habitual.  Los aires del campo, supuso ella.
- ¿Querés tomar algo?  - preguntó buscando rellenar el vacío que entre ellos se había formado. – Café, té, cerveza…
- Una cerveza está bien, - respondió él y se instaló como siempre en el sillón.
Antes de ingresar a la cocina en busca de las bebidas, Lara lo observó unos segundos.  Una ola de familiaridad la envolvió llevándola a desear que nada cambiase entre ellos. Una vez más se sintió atraída por ese rostro cálido y masculino.  Pero fue un instante efímero, un relámpago que destelló y desapareció en una décima de segundo, dejando en ella una sensación amarga. 
Al regresar al living volvió a contemplarlo.  Juan Martín separaba un par de CD.  Los que él había dejado en el departamento y deseaba recuperar.  Ya nada era natural, ni familiar; todo había cambiado.  Le extendió la cerveza y en silencio él la tomó para volver a ubicarse en el sillón.  Encendió un cigarrillo evidentemente buscando las mejores palabras para comenzar. 
- Mirá Lara, estuve pensado mucho, - empezó diciendo.  Desvió momentáneamente la vista y le dio un sorbo a su bebida. – En realidad nada, no creo que tengamos mucho más para decirnos.  – Hizo una nueva pausa y desvió la vista al pasar una de sus manos por el azabache cabello. Prosiguió al percibir que Lara iba a agregar algo. – Mi vida está en El Paraíso y más allá de lo que puedas sentir o puedas pensar, no creo que seas la persona para estar allí conmigo.  Hace mucho que debimos darnos cuenta. 
- Pretendemos futuros diferentes Juan, - dijo Lara al cabo de varios segundos de silencio.  – Soñamos con mundos distintos… me dolió mucho la última conversación que tuvimos, pero creo que en el fondo los dos sabíamos…
- Puede ser, - repuso él poniéndose de pie.  – Tal vez nunca debimos llegar a eso.
Lara lo imitó.  Permanecieron un largo rato parados sin saber qué decir.   Luego de tantas discusiones, de tantas idas y venidas ya no tenían nada que agregar.  Juan Martín respiró hondo, lo único que deseaba era decirle adiós y de una buena vez comenzar una nueva vida.  Elevó el rostro y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.  Con suavidad le tomó la mano y clavó su mirada en la de ella.
-De todo corazón te deseo todo lo mejor, - dijo ella con calidez.  – Te quiero mucho.
El abrazo fue inevitable y Lara se obligó a contener las lágrimas que inundaron sus ojos. 
- También yo, - fue la escueta respuesta de él.
Se separaron, pero todavía tomados de la mano llegaron a la puerta. Volvieron a abrazarse.
- Cuidate, - murmuró él al oído de ella antes de separarse.  Le acarició por última vez una mejilla y se separó.  Antes de dejar el departamento se volvió a mirarla. – Nos estamos viendo.